Por: Patricia Huaraz Paredes
Una noche fría y gris en la plaza Dos de Mayo. El monumento que fue diseñado íntegramente en París, como resultado de un concurso convocado en esa ciudad, se encontraba en penumbras. Y los alrededores de esos ocho edificios de tres pisos que fueron donación de un solo ciudadano, el hacendado trujillano Rafael Larco Herrera fueron invadidas por cientos de personas que caminaban sin parar.
Siete de la noche en el Centro de Lima y uno que otro alumbrado pùblico funcionaba. En cada esquina o pasaje los anticuchos, papita con huevo y el emoliente eran los más pedidos por los transeuntes. Ambulantes por todos lados, algunos improvisados y otros con sus puestos otorgados por la Municipalidad.
Vehiculos aglomerados en las pistas, ensordesedores claxon que sonoban sin cesar, personas que iban y venian de un lado para el otro. Multitudes en los paraderos, queriendo subirse al primer carro que los lleven a sus casas. “ Ventanilla, Ventanilla” grita un cobrador, las personas corren empujandose unas a otras sin darse cuenta quien esta a su lado. Todos quieren ir sentados, asi que en la puerta se aclomeran empujando al cobrador y tratando de subir.
Las 12 de la noche y pocas personas quedaban en la calle. De pronto la plaza Dos de Mayo se ve alumbrada como si de un estadio se tratara. Los ambulantes sus puestos guardaban y con prisa se retiraban.
Al pasar las horas, esa plaza llena de gente, quedó sucia y desolada. La protitución se apoderó de las calles. Mujeres y gays vestidos con ropas diminutas parados en las veredas esperando a sus futuros clientes. Tres hombres sentados en un carro negro,una mujer se acerca, hablan por un momento y ella llama a dos amigas más. Todas se suben al carro y se van.
Al amanecer, empiezan a aparecer los fruteros y panaderos. Carros, personas y esa bulla que le da vida al centro de Lima comienza a otra vez a florecer.
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