martes, 7 de junio de 2011

Corriendo por dinero

A la vista de todos, distintas modalidades de delincuencia se expanden por las calles limeñas.


Por: Mateus Mancilla Herrera



A la medianoche, visito la comisaría ubicada en la bulliciosa avenida Alfonso Ugarte, veo mucho alboroto y poco profesionalismo. Los policías de turno permiten un pequeño interrogatorio.  Son más de 30 robos registrados al día. El 30% ocurren a lo largo de la misma avenida Alfonso Ugarte, irónico. El resto ocurre entre la avenida Bolivia, Uruguay y con un mayor porcentaje finalizando la Avenida Colmena. De los 30 robos denunciados, dicen que puede que haya más del doble. Usualmente las víctimas dejan el hecho en el pasado. Pero hay algo más interesante que las cifras. Aparece un sujeto de gorra blanca, de aproximadamente 20 años, entregándole un pequeño billete con el mayor de los disimulos a un policía. Tal vez esta era una de las peores modalidades de delincuencia.



Aquella madrugada divisaba un muchacho, de baja estatura y aspecto sombrío, quizás no mayor de 18 años. Va caminando por el cruce de la avenida Tacna  y Wilson, alzando sospechas en los transeúntes que lo miran de forma atónita. De pronto toma, de forma salvaje, la cartera de una señorita desprevenida. En menos de un parpadeo aquel muchacho ya está a casi media cuadra de ella y de una forma inalcanzable se va perdiendo en la multitud. Curioso es que de las decenas de personas en el camino, nadie se digna a parar al agresor. “Arranchadores”, así lo define un trabajador de la zona, entre risas, pero con frialdad a su vez.
Los transeúntes, como con un afán escondido, se acercan a la gente conocida por todos: travestis. Éstos con toda calma les indican por dónde ir, cuánto cobrar y por dónde irse. Pero no todo es color de rosa para ellos. Uno se levanta rápido del suelo, revisa con impaciencia sus bolsillos pero no encuentra nada. La dueña de un negocio afirma con seguridad que han sido víctima de las prostitutas, o de los “disfrazados”, como ella los llama. “Un par de tragos, caen, y adiós celular y billetera”, dice la señora.

Sin duda, el jirón Apurímac, a cuatro cuadras de la prolongación de la avenida Tacna, es el lugar para la distribución de las ganancias. Así lo confirman dos chicos de 13 años, que posteriormente reciben alegres unos cuantos soles. “Son varios, unos ven si alguien viene hablando por celular, si alguien está distraído, ven quien está acompañado, y luego se pasan la voz, se lo arranchan y corren. Se meten en esa casa y salen después”, repiten ambos casi en coro, en voz baja, mirando atentos a todas partes. No se debe indagar más, noto miradas sospechosas dirigidas hacia mí en los alrededores. No soy bienvenido, me dice la calle.

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